Jacinta, esa vez rezó con mayor fervor: Llévame contigo, nunca me dejes, quiero andar contigo, o algo por el estilo, le dijo a Cristo. Salió de la iglesia a toda prisa y la atropelló un camión. (Le cumplieron su deseo inmediatamente).
Subió al cielo y se encontró con un señor de barba con muchas llaves y en una oficina anexa había otro señor muy luminoso. Dios, aseguró ella, muy emocionada.
El de barba con una tablet y el otro, con una laptop. Inmersos. Ambos vestidos muy informales y sentados en sillas de playa, ante unas mesas replegables. Una oficina improvisada.
Jacinta, tuvo que toser varias veces para que notaran su presencia.
A las quinientas, el de barba, de manera impersonal y un tanto molesto, dijo: el que sigue.
Jacinta, ante él, ya estaba alistando toda su documentación personal, en original y dos copias que siempre cargaba "por lo que sea que se ofrezca".
--No, no, no, primero deme su número de turno impreso.
-- No tengo turno, no había nadie antes que yo, por eso...
-- No la puedo atender sin turno.
-- Argh, pero es q...
-- Su turno... son políticas.
-- Renegando fue hasta la entrada por su turno de la maquinita, a unos 200 metros.
-- Llegó con el turno directo al escritorio.
-- Espere a que aparezca en la pantalla su número o que yo le llame... Tome asiento, le dijo San Pedro sin dejar de ver su tablet y su móvil, que accionaba en simultáneo, muy divertido. (Seguro también estaba jugando casino, eso se da mucho en el cielo).
-- ¡Ufa! Dijo Jacinta.
Pasó una media hora y Jacinta ya impaciente fue a reclamarle atención.
Ni la miró, ni le respondió.
Regresó a su asiento.
Una hora más tarde, el hombre la llamó... ¡37!
Jacinta le entregó el número, que no recogió el hombre y ya estaba lista para entregar la documentación que le pidiera.
-- ¿En qué puedo servirle?
-- Como usted sabe, acabo de morir.
-- ¿Y yo cómo podría saberlo? No soy adivino. Ni está uno para...
-- Mmm... Bueno, me acaban de atropellar y morí...
-- Cómo se presenta así como así. Tiene que sacar cita... en línea.
Jacinta, vio que tenían varias computadoras y dijo, ¿puedo conectarme en alguna para sacar la cita?
-- No... son del personal.
-- Pero, si no hay nadie...
-- Al rato llegan. No le puedo prestar equipo nuestro, vaya a su domicilio y desde allá pida su cita.
-- ¡No puede ser!, si ya estoy aquí, atiéndame. ¿Para qué he de irme y luego regresar, en vez de que ya me dé trámite? ¡Habrase visto, tan pésimo servicio en el cielo! ¡Lo que haya que ver!
-- ¡Y lo que falta! Vamos con los tiempos, señora.
-- Necesito entonces hablar con el Señor! ¡Déjeme! y señaló hacia el hombre luminoso.
-- ¿Qué?! ¿Cómo se le ocurre semejante barbaridad? ¿Acaso no sabe quién es?
-- Dios, supongo y usted San Pedro. Pero si se nota que no está haciendo nada...
-- Está en su hora de casino. Usted no está para juzgar a nadie, ¡menos a Dios! ¿Cómo se le ocurre semejante atrevimiento?
-- Ah, lo espero, ya tengo más de una hora aquí, no tardará.
-- ¿Y qué con que tenga una hora usted aquí? Dios no está para lo que a cualquiera se le antoje que atienda, es ¡Dios! Además, el tiempo celestial es diferente. Puede ser como un segundo o mil años, de lo que usted conoce, según la actividad nuestra y la gestión a la que usted venga. Por cierto, a qué viene específicamente. Dice que murió, ¿y luego?
-- Cómo que a qué vengo... Me acabo de morir. Me espero, para hablar con Él. ¿No que el tiempo de Dios es perfecto?
-- Perfecto ¿Para quién? Son dichos populares, eslogan publicitario. ¡Qué sé yo!
-- No puede permanecer aquí, él, no, corrijo: Él, tiene su agenda llena hoy. Luego de su casino, tiene varias conversaciones a distancia y no sé la hora en que termine.
Vaya a su casa, o a donde quiera, como le dije y en el formulario indica su trámite y nosotros le damos cita. De antemano le informo que será más allá de por noviembre, estamos muy saturados. Además hay un comité que decide a dónde le toca ir. En el cielo ya no hay cupo. Solo caben uno que otro... con recomendaciones. ¡El que sigue!
-- ¿Hasta noviembre?
-- Sí... Del próximo año.
Regresó Jacinta muy desencantada, en una ambulancia, entre unos paramédicos que gritaron de alegría al revivirla.
-- Caramba, nada de túnel, ni luz al final, ni los parientes más queridos esperándome, ni San Pedro amabilidad encarnada, ni Dios dispuesto a abrazarme por los siglos de los siglos, ni ángeles, ni música de arpas y violines. Nada de lo que han contado. Un fiasco, alucinación colectiva, una reverenda mentira de los que supuestamente han estado allá. Nada, una burocracia tremenda y una atención deplorable a los usuarios. ¡Qué va!, no podía creer lo que encontró.
Regresó tan, pero tan decepcionada, que ni se alegró de haber regresado.