"Adoro" a esos amigos, que todos los días me envían muchos mensajes para decirme lo que sucede en Turquía o en la Patagonia. Que me aconsejan sobre los mejores métodos para curarnos de un resfriado, cómo educar hijos, ser feliz con la pareja o cómo evitar asaltos.
Los adoro porque de mil formas se hacen presentes, ahora con sus invitaciones a todas las redes sociales, donde se puede estar chateando y enviando miles de fotografías de todas sus actividades diarias, con sus familias, otros amigos, compañeros de trabajo, etc.
Me encantan, aunque cada vez los veo menos, porque no pertenezco a ese boom de personas insertas en la vorágine de la cirbermanía y a mí todavía me gustaría verlos en sus casas, en la mía, en un café o en un parque. Lamentablemente, para ellos es muy complicado pasar 12 horas trabajando y las restantes dentro de las redes sociales de internet y no les queda tiempo para más.
Si alguna vez, alguien ve a alguno de mis amigos, porfa dígánle que le echo de menos, sin embargo, no es una queja, pues tampoco me agradan mucho las reuniones en que la charla, gira en torno de las nuevas herramientas del face, tuiter, etc.
También adoro a quienes me envían documentales y todo lo que se les ocurre sobre lo nuevo de You Tube, con el afán de que sepa que se están documentando. Lo que me ruboriza cuando lo recibo, porque, no, la verdad que yo ando en cosas más simples, más cotidianas. Me encuentro viviendo y luchando todos los días, por agregar un día más en este momento en que eso ya no se le garantiza a nadie.
De todas formas, los adoro y ojalá que un día lo sepan si entran a este blog por error.