Esa casa se quedó abandonada y la maceta se encargó de cubrir toda mirada indiscreta de los transeúntes. Resguarda con celo todas las discordias, los pesares, las alegrías, los gritos de niños, las pisadas, los abrazos, los besos, las fiestas, los aromas de su cocina en apogeo, la musiquilla de su fuente central a la que acudían pájaros de todos.
Se propuso la planta proteger la historia de la familia que albergó durante más de un siglo, quizás. Hasta que el último, un día se fue a no sé dónde, para nunca más regresar.
Es una cascada, es un manto, es una cauda, es una cortina de historia. En espera de otra familia o de despiadadas máquinas que derrumben la casa en definitiva, para sustituirla con un supermercado o un estacionamiento. Tal vez, a la buena, un hostal.
Una maceta más, de cualquier ciudad que perdió a algunos de sus hijos.
Aynss... Será mejor que siga mi ruta, no quiero saber más de lo que no debe interesarme y que me desespera no poder ver qué contenía, con lo que me encanta husmear y elucubrar. Además de espantos y malas energías, ya he conocido bastante, que prefiero evadir consecuencias de gente metiche.