No tuve palabras, ni para una pantalla, ni un papel, ni una servilleta. Casi ni pronunciadas. Y un borrar continuo de pensamientos terribles.
Corrieron las páginas en blanco, porque el mundo se ha ido haciendo muy pequeño. Y ahora, si alguien grita en un país lejano, alcanzamos a escucharlo en el mismo instante, en cualquier parte. Y si lastiman a otros más, en algún país más cercano, es que todos estamos más cercanos desde que el mundo se achicó con estos aparatos para eliminar distancias (entre los que estamos lejos... Y los cercanos dónde quedaron, qué ironía), el dolor se siente de inmediato, como dardos de fuego, ensartados uno tras otro, justo aquí, enmedio de mi ser. No sé si en el pecho, o dentro, o detrás de los huesos. No sé donde, pero es insoportable.
Y ese sufrimiento impide ver, para encontrar, ni tanteando, por tantas lágrimas, el camino de una secuencia de palabras con una cierta congruencia. O con la dulzura que tanto se necesita distribuir, a manos llenas, desde los sentimientos de amor.
Eso me sucedió en noviembre. Se me secaron las palabras de golpe. Podría decir que a golpe
*Ánimo, Latinoamérica.
Ánimo, paises del mundo en conflicto.
Ánimo hermanos, amigos.