Elogio aquella capacidad,
con mentes de competencia, en que cabían cientos de teléfonos, cédulas, códigos, rostros, lugares con los domicilios, de memoria. Áreas postales y telefónicas.
Los gestos, las voces, ademanes, acentos y todas las manías de cada quien. Caras y cuerpos, por cierto también fenomenales, con los nombres y los apellidos, del ambiente laboral, en la escuela, en el barrio, en los círculos de artes, en el deporte y en cada una de las actividades extramuros y, vaya que había variedad. Agrega todavía el contenido de las materias que teníamos que memorizar para aprobar.
La ruta y secuencia de nombres de todas las calles por caminar, para llegar a donde fuera. Y eran demasiados lugares, porque ser muy sociables, era característico del humano aquel. Visitarse y rellenar las actividades de todos los días, de gente. Los cumpleaños eran verdaderas multitudes. Así como las celebraciones que fuera.
También de memoria teníamos presentes las fechas, las citas, sin apuntes, sin agendas, ni recordatorios de ninguna especie. Por todo había fiesta y cualquier reunión por pequeña que se planeara podía terminar al día siguiente, sin problema alguno.
Era muy seguro convivir, andar y localizarnos, porque siempre sabíamos el qué, cómo, dónde y con quién de toda nuestra gente y la no tan nuestra, que también hacíamos nuestra con gran facilidad. La desconfianza no existía, ni la timidez, ni ningún síndrome o perturbación que impidiera estar con los demás. No había peligro.
Tremenda capacidad también de no necesitar dormir, a veces ni comer. Un regaderazo, después de horas y horas de brincos, gritos, baile, carcajadas y listos para la siguiente jornada, llena de obligaciones y deberes que cumplíamos de más, después de esa fiesta y antes de la que seguía.
Ahora, por internet, por internet, por internet, se perdió la capac... y... y.... y... aquí le corto. ¡Puagh! Hemos permitido que nos anulen... Que aquí le corto ¡Dije! ¡Basta ya!
¿Cómo no extrañar? ¡Que ya, Sara, calla!