Si la humanidad está muy enfermita y yo soy una parte mínima
de ella, por supuesto que algo me duele,
me inconforma, me molesta o me llena de rabia e impotencia. Eso mismo les ha de
suceder a los glóbulos blancos respecto al organismo infectado. Si imagino que
yo fuera uno de esos glóbulos blancos, no creo que decidiera perecer así porque
sí. Sino que pensaría que ha llegado el
momento de activarme, el precioso momento de poner todo mi empeño, para
potenciar mi función y motivar a los demás glóbulos blancos, o por qué no, dejarme motivar
por los que vengan a mi encuentro, ¡qué importa quien empiece! Para, con un trabajo muy exhaustivo compartido, sanar a ese organismo.
Tenemos al mundo en crisis, ¡desgracia tras desgracia! Hay
que dar, hay que dar al máximo. Hay que revertir los efectos, hay que cambiar
el rumbo del destino humano, creo que ya pisamos fondo y hay que volver a
elevarnos, con mayor sabiduría y fuerza, como el organismo que después de
recuperarse queda robustecido. Sin echar culpas a otros, de lo que nosotros hemos alcahueteado también. Asumiendo, hacia enfrente.
Hace mucha falta repartir abrazos, escuchar, atender, apoyar, dar. En todas las latitudes, hace falta que repartamos mucho amor. Solo el amor puede desinfectar a esta
humanidad enfermita, gracias a nuestra
permisibilidad general y global... pues el mundo es demasiado pequeño y ya va
siendo hora de que usemos nuestra grandeza desaprovechada, por lo que alcanzamos tanta decadencia. Hemos retrocedido demasiado, nos deshumanizamos.