Fue pésima idea, de veras que la desesperación empuja a cada
locura, no sé cómo me fui a la ciudad sin nada a buscar trabajo. Después de toda la noche en el tren, que bajo
y ¡diantres! Me congelé. No podía ni moverme, el viento tan helado parecía que
me acuchillaba. Solo era, caminar o morir.
¡Pobrecita, compadre! Cómo decirle… la cara de esa mujer a verme ante su casa. Después
de andar rajando calles, y toque y toque puertas, de lado a lado, sin nadie que
quisiera abrir, como en un lugar sin gente, enredado en la cobija que se aferró Mercedita
que me llevara, jajaja, como la caricatura que hacen de nosotros. Ni pensar que
hubiera hecho sin esa bendita cobija: ¡Cuaz! allí caído muerto a media calle, la
misma mañana en que llegó, un absoluto desconocido, y me hubiera muerto con el
pendientazo de dejar acá a la Mercedes, también muerta en vida… llena de rabia,
cuando ella nunca quiso que me fuera así, a conquistar la ciudad.
Todo desgreñado y
traqueteado, vaya usté a saber lo que yo
parecía, que linda cara no tengo, lo sé, agréguele, en ese trance... toqué tan
fuerte a su puerta, como si fuera cobrando cuentas, exigiendo compadre, ya no
buscando ayuda, exigiendo, le repito… Tan arrebatado y feo de modos, como usté
jamás me ha visto, en toda la vida. Recién llegado y yo ya era otro.
Me temblaban hasta las
pestañas, creo que solo le dije que acababa de llegar de la sierra -es que usté, mi compadre ni podría imaginarse
nunca el frío que hacía- ella, luego luego me metió al zaguán y corriendo me
trajo dos tortas enormes, que me supieron a gloria y un tazón de café muy cargado
y dulce, con licor. Yo que ni tomo, me lo bebí todito, me revivió.
Me dio esta chamarra y un billete. –No tengo más, cuídese -me dijo- así fue
que busqué chambas, para juntar con que regresarme esa misma noche, con los hombros caídos, ¿a qué iba a quedarme
más tiempo por allá? pensando en todo el camino lo que me diría la Mercedita,
que me rogó que no me fuera y yo terco a que ya sería mejor irnos enfilando pa’
la ciudad. ¿Qué estaba pensando, compadre? … Usté por qué no me dijo, “qué está
loco compadre, cómo se va así a lo tarugo y sin siquiera con algo para llegar, o
de perdida algún conocido.” Si allá está más feo todo.
La cara que puso al verme aquella mujer, un revoltijo de
miedo, compasión, dolor, pero principalmente mucha tristeza. Pues aunque trató de mirarme con dureza, muy
penetrante, como miran los animales amenazados,
le di mucho miedo, se sintió muy frágil, y cómo no, en las formas que me le
presenté… a saber cuántas cosas les pasen
por allá, para estar tan ariscos y no abrirle a extraños. Pero ella fue un ángel y… ¡Pobrecita!