Otra mujer, solo eso podría justificar el cambio tan radical de su marido. Demasiadas llegadas tarde, contradicciones, explicaciones extensas no pedidas, regalos sorpresivos, cansancio, distanciamiento, malhumor, escasez de dinero.
Maye, decidió después del mensaje: "No me esperes despierta", sorprenderlo. Ya no quedaba más que afrontar.
Consiguió otro coche y a toda prisa llegó a la salida del estacionamiento de la oficina, de donde él sale apresurado y toma por la avenida que comprende la zona dorada. Se estaciona en una plaza comercial, ante la puerta de una tienda departamental, por dónde cruza, para recorrer el inmenso pasillo, hasta el extremo opuesto -con la prisa de quien llega muy retrasado a su cita- donde queda el área de restaurantes y bares. Maye, ya está segura de que será el encuentro imaginado. Aunque, él pasa indiferente y vira hacia un casino, al que entra.
-¿Para qué tanto rodeo, pudiendo estacionarse frente al casino? ¡Por supuesto que este cabrón viene a encontrarse con otra! Dispuesta a encararlos... mantiene su persecución. Ve como lo saludan con gran familiaridad y lo acompañan hacia una mesa de ruleta, con su dotación de fichas y su trago habitual.
Ella lo observa en su gana-pierde-gana-pierde, con ira y vergüenza. No sabe si hacia él o hacia sí misma. Duda en irse o, quedarse y personarse.
Pero, él la descubre antes: "Maye, no sabía que te gustaba venir al casino", de haberlo sabido antes -es su saludo-
-Mnghrgh... es qu... -ella sin poder articular respuesta, sintiéndose ridícula y expuesta-
-¡Ven amor, vamos a las maquinitas!
Con suerte de pichón, Maye gana a las primeras... tiene para entretenerse toda las noche. Él regresa a las mesas, por emociones más fuertes. Salen al amanecer.
Así continúan... Citándose en el casino, o ya esperándolo Maye dentro, a cada salida del trabajo de él, noche tras noche, que se hicieron una sola, durante los pocos meses en que perdieron absolutamente todo, por su excitante triángulo amoroso con la suerte.
Consiguió otro coche y a toda prisa llegó a la salida del estacionamiento de la oficina, de donde él sale apresurado y toma por la avenida que comprende la zona dorada. Se estaciona en una plaza comercial, ante la puerta de una tienda departamental, por dónde cruza, para recorrer el inmenso pasillo, hasta el extremo opuesto -con la prisa de quien llega muy retrasado a su cita- donde queda el área de restaurantes y bares. Maye, ya está segura de que será el encuentro imaginado. Aunque, él pasa indiferente y vira hacia un casino, al que entra.
-¿Para qué tanto rodeo, pudiendo estacionarse frente al casino? ¡Por supuesto que este cabrón viene a encontrarse con otra! Dispuesta a encararlos... mantiene su persecución. Ve como lo saludan con gran familiaridad y lo acompañan hacia una mesa de ruleta, con su dotación de fichas y su trago habitual.
Ella lo observa en su gana-pierde-gana-pierde, con ira y vergüenza. No sabe si hacia él o hacia sí misma. Duda en irse o, quedarse y personarse.
Pero, él la descubre antes: "Maye, no sabía que te gustaba venir al casino", de haberlo sabido antes -es su saludo-
-Mnghrgh... es qu... -ella sin poder articular respuesta, sintiéndose ridícula y expuesta-
-¡Ven amor, vamos a las maquinitas!
Con suerte de pichón, Maye gana a las primeras... tiene para entretenerse toda las noche. Él regresa a las mesas, por emociones más fuertes. Salen al amanecer.
Así continúan... Citándose en el casino, o ya esperándolo Maye dentro, a cada salida del trabajo de él, noche tras noche, que se hicieron una sola, durante los pocos meses en que perdieron absolutamente todo, por su excitante triángulo amoroso con la suerte.