Al enviudar doña Rita, intuimos que el desamparo la asediaría. Después de más de cinco décadas de feliz matrimonio, con un hombre
extraordinario, que siempre la llenó de gratas sorpresas y atenciones. Siempre
andaban juntos y lograron hijos muy realizados e independientes. Un hogar
ejemplar, siendo ellos muy sociables, respetables y apreciados.
Por eso, en el funeral acordamos no dejarla sola y
organizamos visitas alternadas. Seguros de que su dolor, en compañía, debiera
ser más fácil de superar.
Cuando yo la visité, todavía era muy reciente, iba preparada
para encontrarla todavía en duelo. Platicamos mucho, bien puedo decir que como
nunca antes. Me mostró su última obra de
punto de cruz. Me llevó a su jardín, para mostrarme sus nuevas gardenias,
jazmines, hortensias y demás.
– Nunca pude tener tantas
flores, porque me hubieran robado mucho tiempo de mi esposo, que era lo primordial…
además a él no le gustaban las flores.
Luego, entramos a lo que fuera el despacho de su marido,
ahora convertido en un acogedor salón de convivencia.
–Regalé todas sus cosas… a
unos chicos recién egresados que no tenían para iniciar. A él siempre le gustó
trabajar al lado de la casa… para no descuidarnos…
-Ha de ser tan difícil sin él, doña Rita… Su compañero
inseparable…
-¡Qué va!... –silencio prolongado-
-¡Ni idea tienes! ¡Si llegué a pensar que nunca me libraría
de él!, ¡que nunca me llegaría la hora para empezar a vivir! -Se levantó la
blusa para mostrarme su espalda poblada de cicatrices-
Dedicado a todas la mujeres que aguantan lo que no deben, creándose un mundo de felicidad ficticia, ante los demás y a veces, ante los hijos y en los peores casos hasta con ellas mismas.
El nombre de Rita, por obvias razones.