Hoy me despertó muy temprano, el fresco y suave viento que se colaba por el ventanal de mi recámara hacia el jardín. Salí, cómo evitar tan sugestiva invitación.
Los colores de las flores más intensos, por las perlas de rocío jugando entre sus pétalos. Todas ellas, las flores, muy parlanchinas y animadas, pero con cierta discordia hacia los frutales; principalmente con el peral y el durazno; quienes delegaron la tarea de mortificarlas, al grupito de abejas que rondaban.
En la fuente de cantera, aterrizaban aves muy variadas, algunas desconocidas para mí. Unas se bañaban y otras solo se reabastecían de líquido para reanudar de inmediato su vuelo y posarse sobre cualquier rama.
Hace mucho tiempo, que no apreciaba tal mezcla de matices y tanta concurrencia de aladas miniaturas. El agua brotaba con cadencia, fulgor y un cierto aroma balsámico, magnetizando la vida, la de todos los seres presentes, la mía.
Guango, cosa rara, muy en calma. Recostado en el césped, al fondo, alejado del movimiento, pero con las orejas muy erguidas. Ni un gato de los que suelen llegar a importunarlo. Me dirigí hasta el butacón, para disfrutar el espectáculo, sin desperdiciar ni un detalle ¡Cuánta dicha! Ni siquiera pensé en la taza de café, tan necesaria para poder desamodorrarme.
Un canto que al principio era tan sutil, se fue avivando y mi corazón más y más… ¡Dios mío! que estado tan ideal y poco vivido. Todos mis sentidos estaban siendo estimulados al máximo. Cuánto había deseado sentir esa plenitud, y ahora desplegándose tan espontánea y natural.
Así estábamos, hasta que el perro se levantó súbitamente, para ahuyentar a un cóndor que se lanzó sobre un par de torcazas distraídas. ¿Cómo pudo llegar hasta mi jardín?
Con sus ladridos desperté... en mi pequeña casa, sin tantas flores, ni árboles frutales, ni fuente central de cantera, ni aves, ni brisa, ni mi butacón donde estaba sentada y con una prisa por salir a mis cotidianidades, porque se me hacía tarde.
La pieza que había programado para despertarme, esa sí que estaba a todo lo alto y la comparto. Pues si alguien me preguntara que si he escuchado el canto de un ángel. Sin dudar diría que sí.
Fernando Lima canta como ángel… bueno, como supongo que han de cantar los ángeles. Envuelve con su dulzura de contratenor y provoca que exploten las emociones más sublimes y la parte más noble de nuestro ser.