Imposible
acortar el tamaño del título de esta entrada, siendo la dilucidación de lo que captó la atención de críticos, promotores y amantes
de literatura, sobre aquel afortunado cuentista, que logró la interactividad
absoluta con sus lectores. "Absoluta", no es exageración, aún están
trabajando los especialistas para crear el adjetivo de lo sucedido. No hay
todavía palabra para denominarlo.
Quienes lo vivieron, dijeron -por eso es una verdad- Ya que
el chisme, por lo general es producto de la imaginación que va de boca en boca,
de muchos que por lo general no estuvieron en un suceso, per con la habilidad de convencer con su versión –es importante aclararlo-
Resulta… que el
cuentista citado, cansado de los métodos de escritura en boga, se fijó la meta de
introducirse en los pensamientos del lector. Con grandes esfuerzos y sobre todo perseverancia, lo consiguió, una vez... varias veces más. Fascinado con la experiencia de su genialidad y ya no pudo frenar. Luego se
aventuró con obsesión hasta culminar en la invención de la "corriente interactiva".
Dijeron también, que tanto desarrolló su receptividad,
que llenaba cuartillas y más cuartillas, con particularidades, primero, sin gran
importancia del lector, como su espejo. Después se convirtió en solo el escribano,
de todo lo que el lector estaba experimentando, hasta que por fín, acaparó toda su esencia -del lector- con simultaneidad.
Pero… como "siempre ha sucedido", con este tipo de creadores, el cuentista se quedó atrapado. Pues en
este punto, que pareciera surrealista -si no fuera porque sí sucedió- ya no
encontraba su identidad. Supuestamente tuvo por instantes, algo como flashazos, en que medio
vislumbraba algo de sí mismo, pero fueron desapareciéndose, junto con la
posibilidad de reingresar al propio pensamiento. Ya no percibía sus manos moviéndose al estar creando, lo que podría considerar suyo, que tampoco podía asegurar ya si le pertenecía, en ese nivel de imaginación expandida.
Le vieron, le sintieron, incluso cuando fue viajando
mentalmente, en ese fenómeno desencadenado de mente en mente, colectivo, hasta quedar convertido (el cuentista) en la idea que todos
sus lectores imaginaron.
Nunca encontraron lo escrito por él ¡Ningún vestigio! Podríamos decir, quienes no lo
vivimos y que entonces quedamos a nivel de chisme, que no existió. Pero con eso,
confrontaríamos tremendamente a quienes sí vivieron la interactividad, que son los únicos que tienen la verdad... esta, que me
están dictado.