Hace tiempo, cuando un amigo me preguntó cómo estás, me atreví a decirle, estoy mal, muy triste. Antes de que le dijera más, me aconsejó buscar un terapeuta.
Después recurrí a otro amigo, "muy sensible, empático y humano" y en vez de escucharme, me mandó a rezar.
Como pude, fui paliando mi sentir. Pero de todas formas no estaba del todo bien... Funcionaba con el corazón resquebrajado, entre resignada y acostumbrada.
Pero sucedió que una tarde, en un parque un hombre viejo, aceptó que me sentara junto a él, y fluyó la comunicación. En unas cuantas de horas, al estilo Sócrates con su mayéutica, reacomodó todo mi estado interior. Bendito desconocido que me sacó a flote.
Ni terapias, ni rezos, son más efectivos que alguien con mucha vida recorrida, voluntad de escuchar y dar un buen consejo para recuperar la brújula.
*A propósito escribí hombre viejo. Porque viejo es viejo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¡Gracias por tu comentario y tu alegría!