Pero también siguen pasando cosas muy feas. Son menos que las hermosas, pero son tan estruendosas y tan dañinas, que se convierten en nubarrones que ocultan todo lo hermoso que abunda y que es más pero no se nota.
Por más que cerremos los ojos, los oídos, todos los sentidos con que percibimos lo externo, algo nos toca y nos daña y nos enferma. Porque la pena devasta aunque no queramos verla, ni sentirla. Allí está y nos rodea y nos alcanza y la sentimos, aunque queramos huir de ella.
¡Hace falta romanticismo!
Hace falta ir tras el amor y demostrarlo, al igual que permitir que nos lo demuestren, sin sentir desconfianza y, producir la justa correspondencia.
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