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lunes, 20 de diciembre de 2010

Pueblo Mexicano Avestruz




Siento una pena muy profunda, por lo enfermos y debilitados que nos tienen en Chihuahua y todo México. Tragedia que se borra con una nueva tragedia… y otra… y otra.

Todavía no empezamos a llorar un suceso, cuando ya estamos recibiendo algo peor. Hecho, tras hecho, solapados desde la base del Estado.

Es imperdonable, que quienes están obligados a velar por nuestra seguridad y bienestar, sean los más responsables de nuestras desgracias.

Increíble, que sigan perpetrándose accidentes, como el de Puebla, por la corrupción entre Pemex y empresarios criminales, que ordeñan ductos de combustible, para enriquecerse ilícitamente. Robos que llevan décadas en todos los Estados y que es del conocimiento general.

Inconcebible, que en ciudad Juárez a quien más se le tema sea al ejército, a las autoridades y a los gobernantes. Y que sean las mujeres, solas, las que se den valor para mantenerse soportando y pidiendo a gritos a la humanidad entera justicia.

Inverosímil, que un niño en Juárez de segundo año de primaria, murió ahogado por lo que comía, en el recreo, auxiliado inútilmente por otros niños, ante la ausencia irresponsable e incompetente de los supuestos profesores.

Inadmisible, que fallezca una semana después en Chihuahua otro niño de kinder, ahorcado en un columpio, durante una fiesta, también ante la ausencia de cualquier adulto.

Inaudito, que los Sindicatos sigan existiendo y más fortalecidos, para perjudicarnos a todos los mexicanos, defendiendo a tanto criminal.

Lo que me estremece por completo, lo que me hace arder el pecho, que ya me lo  carboniza; lo que me está taladrando la cabeza y mi ser completo, con una fuerza nunca antes sentida, ni siquiera imaginada; es ver a un pueblo entero cobarde, escondido, callado, que no siente nada, que no actúa indignado, haciendo sus preparativos del festejo de navidad.

Ver a los mexicanos con la cabeza enterrada como el avestruz, para fingir que no pasan cosas graves, esperando que milagrosamente se resuelvan los problemas, dejándose arrastrar dóciles por la simulación de las autoridades que no trabajan por nosotros y si por su lucimiento personal.

¿Acaso no se han enterado que nos tienen en una cacería descarnada, que nos están extinguiendo?

Si la muerte nos está persiguiendo a todos, hay que exigir, antes de que nos alcance y laven en el instante, nuestra sangre derramada.

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