El corazón de un pueblo
es el mercado central,
donde se mezclan olores de
frutas, sudor y fritanga.
Pobreza y riqueza… Irónicamente.
Allí se encierra
la esencia de todos
al convivir indios, blancos y otros,
hasta confundir sus lenguas,
costumbres y aromas.
Es donde igual cercenan
un pollo o la res más gorda
en fracción de segundos,
al compás de rechiflas,
ofertas y albures.
Lo mismo se prueban sandías,
o señoritas que acuden,
con cara de ingenuas,
buscando su filtro de amor.
La tradición y el folklore
danzan juntos y sugerentes
por el puesto de artesanías,
al lado del curandero.
Ese ser misterioso
que lo mismo alivia
columnas que entuertos,
aleja males de ojo,
o desamarra hechizos.
Velas multicolores,
talismanes, siete machos,
tarots, para la buenaventura
de ignorantes y cultos:
¡Qué la superstición no distingue
condición!
El mercado… insisto:
Es la esencia del pueblo.
Para comprar lo que sea,
conocer a su gente
o simplemente observar.
¡Pásele señito! ¿Qué anda llevando?
También los mercados al aire libre se resisten a desaparecer aquí. Pero son los gitanos y los inmigrantes (que España tiene ahora) los que le dan ese colorido multirracial. Y, en la variedad de productos y personas, no creo que sean comparables con los de México. Esos batiburrillos de gentes, esas mezclas de razas, simplemente el barullo, que a los hispanos nos hace gozar, espanta y atemoriza y acojona a los norteamericanos.
ResponderBorrarEs muy interesante observar esos sitios. Y muy divertido si conoces el significado del lenguaje entre los comerciantes, en las alusiones a la clientela. Anda, ni allí nos salvamos de gringos... que se fascinan en ese mundo tan nuevo para ellos. Ahí los vez regateando por chanclas, hilados, artesanías, flores, fragancias, tequila, etc.
BorrarUn abrazo.