Salió al patio, para esconderse. Sus padres peleaban, como todos los días, por dinero o por droga. Se acurrucó junto al árbol. Allí encontró el clavo en la tierra, lo tomó y se rasgó el antebrazo. Se pintó un corazón. Para no oir. Fue el desayuno.
A empellones, su padre lo subió a la “troca” y le lanzó su mochila. No vio a su madre, que lloraba a gritos en la recámara. Soportó seco, callado e inmóvil, para no enojar más al padre. Volaron hasta la escuela, media cuadra antes, como siempre, su padre frenó y le dio un billete, sin palabras. Bajó Emilio también sin mirarlo, sin palabras, se guardó el dinero.
Llegó al salón y se sentó atrás. La clase empezó y él ni lo supo. Odiaba la voz chillona de la profesora, tan igual a la de su madre cuando pelea. Por el único pedazo limpio de la ventana, esperaba con ansias a los pájaros, para escapar con ellos tan alto, donde nunca no lo alcanzaran.
-Y tú… otra vez bobeando Emilio, nunca pones atención, ¡vieras como me tienes harta!La profesora lo jaló del brazo. Salió con él como si fuera un papalote, mientras sus compañeros se burlaban y reían de él. Recorrieron el pasillo, bajaron las escaleras, lo sentó en la Dirección vacía – Aquí te quedas hasta que llegue la Directora, ni se te ocurra salirte. Garabateó un reporte que dejó sobre el escritorio y lo abandonó.
La directora no apareció, Emilio sentía el minutero del reloj de la oficina. Los tic tacs eran fuertes punzadas en su antebrazo. Tocó la herida por encima de la ropa, muy caliente y abultada. Siguió fiel al desgarramiento de su piel, pegado a la silla.
Timbraron para el recreo y no se movió, ni escuchó el griterío de los niños al salir. Sólo resistía aquello en aumento. Removía sus piernas, respiraba por la boca con los dientes muy apretados y sudaba. El recreo se acabó, él se apretujaba, estremeciéndose de frío, ira y miedo. Sus 6 años, no le alcanzaban para distinguir entre todas esa amalgama de sentimientos. Toda su vida se había sentido igual. No entendía porqué era tan malo, para que no lo quisieran. Pasaban adultos y niños…Nadie lo veía, nadie se acercaba. Invisible como siempre.
Casi para terminar el turno, llegó una mamá, que estaba citada por la Directora. En cuanto entró, se impactó con el aspecto de Emilio. Se le acercó - ¿Qué te pasó? ¿Por qué estás aquí? Él miró al piso sin contestar. –A ver chiquito ¿Qué tienes en tus ojitos?, levantando con ternura la cara del niño. Emilio lloró como una cascada. –¿Te puedo abrazar? Convertido en una masa temblorosa, se abandonó en los brazos de ella. Sus ojos seguían derramándose en silencio. Trató de remangarse el suéter, pero no tuvo fuerza y estaba pegado por la sangre a medio secar.
La señora le ayudó a descubrir su brazo -¡Ay! gritó el niño, retorciéndose – ¡Dios Santo! ¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo eso? ¡Que cosa tan terrible! ¿Por qué no te curaron? se atragantaba la señora preguntando –Yo… Yo solo. Quería quererme…Le entregó el clavo.
La señora muy afligida, lo llevó a una clínica para que le hicieran curación y lo vacunaran contra el tétanos. Logró el repudio del personal de la escuela, la agresión de los padres, la indiferencia y persecución de las autoridades y la duda de si fue bueno preservar a Emilio.
Este relato es abrumador, terrible, pero esta tan bien narrado que es muy hermoso. Te hace afligirte por ese niño, indignarte con esos padres, recriminar a esos profesores y compañeros y esperanzarte con la señora. Quizás Emilio tenga otra oportunidad de ser querido, de conocer el verdadero amor.
ResponderBorrarHa sido un verdadero placer leer este cuento.
Un gran abrazo de hermano.
Gracias Ibso, muchas gracias de nuevo. Besos.
BorrarCuesta imaginarse una infancia sin cariño.
ResponderBorrarPobrecitos los niños que como Emilio, no lo reciben.
BorrarUn abrazo.