Alcancé la cima,
con el éxito en un puño
y la felicidad en el otro,
cristalicé todos mis anhelos.
Invencible, infalible...
Un parpadeo,
me deslizó hasta el fondo,
fortuitamente.
Desde allí, la ciudad bella,
tranquila y segura
me pareció
un infierno.
Con las manos vacías,
fui un fantasma.
El entorno me rechazó:
cruel y cerrado.
Al tornarme inapreciable,
perdí la materia,
y... enloquecí
un rato.
Me acorralaron
las almas en pena,
por los barrios, las plazas
y los mercados.
En esa vida etérea,
sobre mi columpio invisible,
me resigné al miedo,
a la nada.
No sé cuánto duró el trance,
ni cuánto perdí…
Para poder vivir hoy tan bien,
sólo de escuetos sueños.
Parece que usted sólo se resigna en sueños, y aún así apenas un instante, porque todo lo que escribe denota firmeza. No parece usted vara fácil de tronchar.
ResponderBorrarUn abrazo.
Parece que la vida no se cansa de decirme con experiencias lo fuerte que soy y lo cerca que Dios siempre está, aún que no lo mire ni lo pueda acariciar como quisiera. Pero que no hace falta pues siempre me manda emisarios de su amor.
BorrarVes? Allí un aún que... en vez de aunque. Perdón.
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