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martes, 22 de febrero de 2011

Hoy salimos al parque

 

¿Y qué gracia tiene eso? pensarás. Desde hace dos años, me da tanto miedo caminar por mi ciudad. A pesar de que adoro caminar y mi ciudad. La violencia en las calles, me quita esa libertad de salir despreocupadamente. Recuerdo, que podíamos caminar kilómetros y kilómetros, a cualquier hora, sin esa adrenalina.

Hoy, Guango, mi perro, estaba recién bañado y con muchas ganas de ser adulado, le dije: ¡Ora pues! ¡Vámonos a echar parque! Fuimos primero a un almacén de libros usados, que queda a dos cuadras del parque. Nos encontramos dos joyas, por 35 pesos los dos. Uno de ellos de Monterroso.

Al salir de allí, nos abordó un señor foráneo. Primero me sobresalté, pero al demostrarle Guango simpatía, me tranquilicé -¿Me puede decir como llegar al centro de la ciudad?- Le orienté.

–Gracias señora. Mmm… ¡Gracias!, repitió. Sonreí y le pregunté ¿Porqué tantas gracias? –Porque… ya son varias las personas que he tratado de abordar, pero han evitado que me acerque. Sienten miedo. Usted… al principio, sintió miedo cuando me vio, ¿no?

– ¿Cómo cree? Se ve una persona muy confiable. ¡Qué raro lo que me dice!, tratando de que no se diera cuenta de que le mentía. Luego, mejor le expliqué otra forma de llegar, para que  no tuviera necesidad de preguntar más.

Caminamos por el parque. Guango suele aparentar que tiene mucha condición física, y en vez de decirme “descansemos”, empieza a detenerse a oler rastros de palomas, hojitas, todo lo que encuentra. Decidí sentarnos en una banca ubicada a nuestro gusto; mitad sol, mitad sombra, debajo de un gran eucalipto. 

Encendí un cigarrillo, el eucalipto tosió, lo ignoré, saqué mi Monterroso. Guango desde la banca, les ladraba a todas las palomas que pasaban cerca. Las palomas chismorrearon un poco respecto a Guango, por su aspecto tan pulcro. Lo miré, me dijo: ¡Qué dicha Sara, como en los viejos tiempos! –Si, le contesté y lo abracé.

Primera página, 3 párrafos, miro hacia los lados, 1 párrafo, volteo hacia atrás, fumo, miro hacia enfrente, 4 hombres de aspecto dudoso en una banca, lejos. Segunda página, se acabó el prólogo, fumo, pienso en lo que leí. ¡Nada! ¡No sé! no lo procesé. Me regreso al principio.

Ya capté. Monterroso explica que ha escrito ensayos y cuentos largos, así como una novela, pero que, a los críticos les ha sido más cómodo leerlo a la carrera y dar la idea de que siempre escribe cosas de una línea como su cuento “El dinosaurio”. Pero que también le aterroriza que “la tontería acecha a cualquier autor después de cuatro páginas”.

Guango me comenta que los hombres se movieron de banca y que nos están mirando. Miro muy disimuladamente. Si nos miran. Paso al primer cuento. Alcanzo a ver que los hombres se vuelven a mover de banca, ya más cerca de nosotros. Guango se mueve molesto y gruñe. Guardo mi librito, tomo al perro en brazos y desertamos del parque, aprovechando el momento en que pasa una señora.

Al pararme, ella se sobresalta. –Disculpe señora, la asusté con mi manera de levantarme.  –Si, contestó, es que salgo con ¡Tanto miedo! –¡Tranquilícese! somos de fiar. –Si, comenta y nos reímos los tres.  -¡Qué lindo  perrito! Caminamos juntas hasta la salida del parque. Nos despedimos, cada una con su miedo encima... ¡Si llegamos a casa!

2 comentarios:

  1. Afortunadamente esa inseguridad no la he conocido nunca en España. Todavía, y espero que siempre sea así, las personas somos dueñas de calles y de campos, sentimos que dominamos las ciudades y que éstas están a nuestra disposición y nos acercamos unas a otras sin reparos, guiados más por la confianza que por la sospecha. El día en que mi país dejase de ser así pensaría que ya no vivo en España. Lamento tanto lo que escribes.

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  2. A 7 años de eso, te puedo decir que hemos ido recobrando la libertad de andar en las calles. No tanto la seguridad... uno se va acostumbrando o perdiendo la conciencia o el instinto de conservación.
    Un abrazo.

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